Abrazando la naturaleza cíclica, contemplando el epicentro luminoso
Abrazando la naturaleza cíclica, contemplando el epicentro luminoso
Hace unos días, leí la frase de un hombre que razonaba su incomprensión total hacia los ciclos femeninos, diciendo que las mujeres al ser cíclicas les cuesta evolucionar, ya que sólo dan vueltas sobre sí mismas.
Como os podéis imaginar, en mi cabeza rápidamente formulé una respuesta para él, en defensa de la naturaleza cíclica de las mujeres.
Pasado un rato, dejó de molestarme esta batallita de niños entre hombres y mujeres, y me empezó a entristecer el hecho de que hubiera usado la palabra evolución.
Sentí el dolor de habernos linealizado, todos, hombres y mujeres, olvidando la naturaleza cíclica de todas las cosas, y dando demasiada autoridad a esta idea de evolución. Creyendo que sabemos de dónde venimos y hacia dónde vamos, etiquetando lo que es bueno y los que es malo…
¡Qué arrogante y limitado hablar de evolución contando sólo con la medida de la mente. Es como tratar de medir el mar con un vaso!.
Esto que es, es.
La evolución se da, se está dando, mucho más allá de nuestro esfuerzo, nuestra percepción e incluso de nuestros círculos cíclicos.
Percibido o no, este empuje hacia la luz, es, vibrante en el corazón del universo, y se manifiesta porqué sí. Es la más bella de las sin-razones.
Cuando abrazamos lo que somos, nos damos cuenta de que toda esta danza del cuerpo y las precepciones, de los haceres y deshaceres, son como juegos artificiales del alma, flores bailando que ni tiñen ni alteran lo que realmente somos.
Nos manifestamos en espirales que giran hacia adentro y hacia fuera, como un baile eterno que nos permite conocernos y conocerlo todo, sabernos únicos, bellamente individuales, y a la vez expandirnos como una semilla abriéndonos y fundiéndonos con todo lo que nos rodea.
La gran maravilla de este movimiento en espiral es que hay espacio para la luz en el epicentro de las vueltas, permitiéndonos entrar en contacto con lo sagrado, con un universo infinitamente más ancho que nuestro deseo y el pensamiento de lo que somos. Tanto al adentrarnos como al expandirnos, este centro parece mantenerse inmutable, luminoso, vibrante. Es el corazón de todas las cosas, la fuente inagotable, la posibilidad latente de todas las formas…
Cuando vivíamos conectados a los ciclos de la naturaleza, conocíamos esta danza y en ella percibíamos también lo sagrado, lo latente, lo inalterable.
Ahora, curiosamente alejados de los ciclos, hemos perdido también el sentido de lo sagrado, y tenemos la necesidad
de percibir con la mente una evolución lineal de nuestra existencia. Necesitamos saber que nos estamos moviendo de aquí para allá, de peor a mejor, de lo que no tenemos a lo que queremos tener…
Estamos atados, podríamos decir, a la necesidad de entender el proceso y poderlo medir.
Cuando las mujeres vivimos los movimientos de nuestra naturaleza cíclica, experimentamos muchas veces un dar vueltas sin sentido alrededor de nuestras emociones y estados de ánimo. Si no abrimos los ojos y abrazamos nuestra naturaleza cíclica, puede ser profundamente depresivo o frustrante vivir nuestras vidas midiéndonos con una evolución inventada por la mente y medida por esta misma. ¡Qué desastre andar dando círculos, cuando hay una meta imaginada dónde creemos que tenemos que llegar!
Pero…gracias a la generosidad infinita de la vida, las mujeres contamos con la bendición de estar unidas a la luna y a la sangre que nos habita y fluye, nos es dado un ancla para recordar de forma profunda y vívida, esta conexión con los ciclos de la naturaleza y el movimiento en espiral de todo lo que existe. Es un gran regalo el hecho de no poder olvidar ni alejarnos demasiado de esta experiencia de ser parte de, y movidas por fuerzas ajenas a nuestro querer y nuestra capacidad de determinación. Si no nos rendimos, sufrimos. Si no nos escuchamos, ponemos nuestros cuerpos en un esfuerzo continuado intentando nadar contracorriente.
Para nosotras, una escucha profunda de nuestros ciclos ligados a la luna y a la sangre, nos puede dar el espacio sano entre la desesperación y la sonrisa de saber que estamos de vuelta a este estado de irritación, de tristeza, o de comernos el mundo; y que no pasa nada, que las vueltas pertenecen al mundo de lo manifestado, al baile de la vida. Mientras, de veras, todo reposa, nace y respira en el centro inamovible, sin lógica, más allá del alcance de nuestra percepción.
También hay esperanza para los hombres ¡claro que sí! si no se empeñan en tratar de entenderlo y explicarlo todo, si logran reírse cuando la línea del camino hacia dónde pensaban que iban se tuerce o da una vuelta descomunal. Ellos pueden volverse más sutiles y aprender a percibir y vivir en el momento presente, pueden despertar su don de escucha y abrirse a los ciclos de la naturaleza, sentirlos dentro, o descubrirlos en la mirada amorosa hacia las mujeres.
Porque, al final… ¡digámoslo!, tanto las mujeres como los hombres a menudo andamos en círculos, nos perdemos, nos hundimos y de repente resurgimos sin saber ni como, nos levantamos, andamos, caemos de nuevo…y a la vez somos movidos en espirales siempre ascendentes, empujados por un sinsentido que nos habita y nos empuja. Evolucionamos sin “saberlo”, sin percibirlo con la mente.
Amo los círculos que parecen eternos, y el baile en espiral que me embriaga la mente haciéndome creer que no hay avance alguno, que no hay evolución. Y amo contemplar este eje que permanece inalterado, sonriente a todas mis dudas, prisas, y avalanchas de tristeza y frustración.
Por Gemma, 2016.