
útero de cerámica elaborado durante el ritual de despedida del útero
Cuando pienso qué es lo que han hecho en mi estos cinco años de convivencia con el mioma, la palabra que me viene es humana. Este mioma, esta situación, me ha hecho mas humana y por ello doy gracias.
A menudo buscamos sin tregua la razón de las cosas que nos pasan, en mi caso puedo decir que encuentro razones a la vez que estas danzan con el misterio. Infinitos textos y experiencias hablan de la relación entre los miomas uterinos y el desempoderamiento femenino o situaciones emocionalmente complicadas. También se habla de que aparecen cuando hay un cambio hormonal importante en la mujer, y otras creencias dicen que pueden ser causados por algún parasito. Pues bien, yo cumplía con estas tres posibilidades cuando descubrí un mioma de seis centímetros enganchado a mi útero: Me estaba separando de mi pareja con quien compartimos dos hijos, con el consecuente estrés y desgarro emocional que trae una separación. Estaba dejando de amamantar a mi hija y por ello había un cambio grande hormonal en mi cuerpo. Y había vivido durante diez años en India expuesta a parásitos y cuando busqué, encontré en mi sangre precisamente un tipo de parásito que se dedica a enquistarse en los tejidos y crear su hogar allí haciendo crecer tejidos parecidos a los miomas.
He pasado cuatro años probándolo todo para frenar el crecimiento del mioma de forma alternativa. Puedo decir que he hecho los deberes con la alimentación, homeopatía, cientos de complementos alimentarios, curanderos y formulas mágicas que me han llegado de oriente y occidente. Aún así, el mioma ha ido creciendo y ahora hace unos diez centímetros, me da hemorragias tremendas y condiciona mi día a día ocupando un espacio abdominal que afecta la vejiga y los intestinos a la vez que me provoca dolor.
Durante estos años he creído con toda mi alma que el mioma desaparecería si yo hacía los deberes, pero los caminos de la vida han querido hacerme más humilde, desmontar muchos de mis planes, y aceptar que necesito de los demás no solamente para que me ayuden a enseñarme a cuidarme, sino también que necesito de la medicina convencional para cerrar esta etapa y volar de nuevo, ser quién soy, volver al mundo con la sabiduría del que se ha sabido vulnerable en cuerpo y alma.
Después de cuatro años poniendo gran parte de mi energía en no tener que entrar al quirófano, ahora paradójicamente, llevo un año queriendo entrar y me ha tocado vivir el desgaste y incongruencia de la famosas listas de espera de nuestro pobre sistema de sanidad pública. Una vez más, mi dolor en la espera y con una medicación que si bien me ayudaba a no sangrar me trastocaba emocionalmente debido a las hormonas sintéticas para las que mi cuerpo no estaba preparado de forma natural, me ha hecho recordar las miles de personas que se encuentran en esta situación de espera larguísima y en condiciones pésimas. ¿Cual es la solución?
Me he encontrado con médicos desesperados ante la situación, trabajando a unas velocidades que no les permite ni parar un momento a explicar lo que les está pasando a sus pacientes, bajando la mirada y diciendo que ellos no puede hacer nada más para acelerar la fecha…
Por fin, después de un largo silencio, me llamaron para ser operada.
Me siento feliz y afortunada… ¿quién habría dicho hace un tiempo que me alegraría de entrar en un quirófano?
Entraré sin saber si perderé el útero o si me quitarán solo el mioma, lo dejo en manos de la vida. Pero entraré sabiéndome en paz conmigo misma y agradecida por haber tenido el tiempo y la ocasión de despedirme de mi maternidad, de mi útero, de mi sangre, de mi barriga sin cicatriz… y de haber encontrado, en el camino, tanta humanidad.
Ritual de despedida del útero:
Con mi amigo y ceramista Toni Medalla, tuve el placer de poder pasar un día entero amasando mi útero representado con el barro. Cogí un trozo de barro y creé mi útero de tamaño real, primero macizo y después lo corté por la mitad y delicadamente lo vacié. Fue como operar mi propia útero y vaciarlo del mioma. Pasadas unas semanas con la pieza de barro ya seca, la cocimos al horno y después hicimos el ritual del fuego con la técnica japonesa llamada Rakú, esmaltando la pieza y poniéndola a gran temperatura en el horno. Después la sacamos del fuego la y lanzamos al agua fría para después sofocarla en serrín. Los resultados siempre son misteriosos y bellos. Lo fueron también para mi útero de barro. Ahora tengo una cajita preciosa y llena se dignificado en mi camino.
Ritual de despedida de la sangre:
Junto con mi amada Sophia nos fuimos a los pies de la encina, nuestro árbol-templo. Allí entregamos mi sangre al árbol mientras humeaba un incienso y las ramas de la encina nos bendecían. Me sentí más ligera, agradecida por mi sangre y preparada para vivir sin ella.
Al fin llegó el día y entré en el quirófano, feliz de entregarme en manos de los que sabía que me podían ayudar.
Los hospitales no son mi lugar favorito, entiendo que es así para la gran mayoría, pero a veces nos salvan y en estos momentos los apreciamos de verdad. Así fue para cuando me tocó a mí, y en alguna otra ocasión en la que algún ser querido ha sido también ayudado desde este sistema al que le falta una visión más holística, pero que también es necesario y válido en nuestra fragilidad.
Entré en el quirófano sin pelo en el pubis, una mujer que parecía que sabía lo que hacía me lo rapó en la antesala con una maquinita especial, a gran velocidad. No me dolió pero fue una sensación curiosa y la verdad, nunca pensé que me vería a mi misma con el pubis pelado, Luego me dieron una batita y me acompañaron a la sala del sueño inducido.
Había muchas camas con muchas personas estiradas en ellas, con la misma batita que yo, esperando ser dormidas. Las luces eran fuertes y el espacio si bien práctico, no pretendía ser cálido ni bello. Me pregunté cómo se sentirían los otros pacientes que como yo estaban esperando, estirados allí, entregados en manos de la medicina y de los humanos que saben de medicina. Me sentí como cuando subo a un avión, consciente de que especialmente en este momento nada está en mis manos.
Estaba en paz con la idea de perder mi útero después de un largo camino en el que me había despedido de volver a ser mamá y de mi sangre menstrual. No sé por qué me costó tanto aceptar no parir más. ¿Quizás el instinto maternal? ¿Quizás el inmenso placer de dar a luz? La verdad, siendo mamá de dos criaturas esta nostalgia no tenía razón de ser, y aún así estaba allí, irracional, dulcemente presente.
Me desperté con Sophia a mi lado, no sé cuanto tiempo había pasado pero me dijeron que todo había ido muy bien, y que habían podido extraer el mioma de 10 cm sin tener que sacar el útero.
Me alegré profundamente y me dormí de nuevo.
Los 4 días en la cama del hospital fueron especialmente duros, nunca imaginé que sentiría tanto dolor, que no podría reír ni toser. Me hice aún más consciente de la centralidad de nuestro vientre y de la conexión de todo movimiento con nuestro centro vital llamado “jara” o vientre bajo. No podía creer que miles de mujeres que dan a luz con cesárea se encuentran con la misma cicatriz y un bebé en sus brazos al que cuidar y amamantar. ¡Que fuertes que somos las mujeres!
Después, en casa, pasé unos días en la cama y poco a poco me fui moviendo, salíamos a andar por el campo y pronto empecé a trabajar de nuevo con mi ordenador desde la cama.
Al mes siguiente mi sangre menstrual volvió, me pareció un encanto simplemente tener la regla, sin hemorragias, sin largos días en los que me quedaba literalmente sin sangre en el cuerpo, sin tener que andar con compresas gigantes además de la copa y manchándolo todo.
Mi vida cambió, por fin toda la energía puesta entorno del mioma se convirtió en espacio creativo, o simplemente en vida sin el constante temor.
Me queda una cicatriz visible y hermosa, que se hunde en mi nueva barriguita provocando un “michelín”. Mi cuerpo cambió, mi manera de comer y disfrutar la comida también cambió. Mi relación con el ejercicio físico pasó de ser de deporte a suaves caminatas, no forcé nada, simplemente me dejé cuidar e intenté salir de cualquier idea de bueno o malo.
Ahora, después de un año de la operación, celebro mi cuerpo y doy gracias por lo que es y como es. Nunca pensé que me convertiría en una mujer con curvas pero aquí estoy, redondita y feliz.
Aún tengo la zona de la cicatriz bastante insensible y cuando me la masajeo me da una sensación más bien desagradable, noto una línea dura que me hace recordar las muchas capas de tejido que se cortaron para llegar al útero. De vez en cuando, pongo mi intención en reconectar energéticamente lo que se cortó por la mitad, para que fluya la luz en todo el cuerpo, y me pongo un aceitito muy rico hecho con amor. Voy estirando despacito, practicando “pranayama” para fortalecer los tejidos internos de una forma suave y sutil.
Me parece que la sanación toma su tiempo, y que debo aceptar este tiempo sin desesperar, sin querer correr.
Del mioma de mi vida me queda la marca de la humildad que me trajo este largo camino. Me queda el agradecimiento infinito a los que me aman y me acompañan. Me queda mi útero, como un regalo del cielo después de haberme despedido de él.
Disfruto mis reglas serenas y puntuales, que me ayudan a conectar con la ciclicidad de la vida y me hacen aún más terrenal, más “matter”, más presente.
Ojalá aprendiera a amar todas las cicatrices de mi vida, darles sentido, comprender de qué forma embellecen mi vida y la hacen más viva, más real, más humana.
Foto por Anna Bordonada
Gemma Polo Pujol es acompañante espiritual y facilitadora de retiros de profundo descanso y meditación alrededor del mundo desde hace quince años. Junto con Sophia Style, Gemma también facilita rituales de paso para honrar, transformar e integrar procesos personales.